La NASA explora la superficie helada de Europa: podría revelar criovolcanes y vida bajo el hielo del satélite de Júpiter

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Europa, luna de Júpiter es de gran interés para la astrobiología por la posibilidad de que albergue vida en el océano bajo su corteza de hielo.

Bajo una corteza de hielo grueso y resquebrajado, Europa —una de las gigantes lunas principales de Júpiter— guarda un océano global. Este vasto mar oculto podría ser uno de los lugares más prometedores para encontrar vida fuera de la Tierra. Pero, ¿cómo asomarse a ese océano escondido?

Una posible vía son los criovolcanes, estructuras por donde el agua salada del subsuelo podría emerger hacia la superficie. Estos calderas, parecidas a los volcanes terrestres, serían auténticas “ventanas al océano”, dejando pistas visibles de lo que ocurre en las profundidades.

Algunas señales en la superficie sugieren que hubo erupciones en el pasado, pero no está claro si el agua salió directamente del océano profundo o de bolsas líquidas atrapadas dentro del hielo. Esa diferencia es clave pues sólo las primeras nos hablarían de un océano real.

Comprender estas señales es de vital importacia, especialmente con las misiones espaciales que pronto explorarán Europa desde órbita. Saber interpretar lo que muestren sus sensores puede ayudarnos a leer las cicatrices del hielo como si fueran capítulos de una historia subterránea.

Simulando volcanes en un mundo de hielo

Para entender qué ocurre bajo la superficie, un equipo de científicos diseñó un modelo que recrea la vida secreta de los reservorios de agua salada escondidos dentro del hielo. Este modelo simula cómo se calientan, cómo se mueven y en qué condiciones logran llegar a la superficie.

Descubrieron que el contenido de sal es un factor decisivo: el agua más salada se mantiene líquida durante mucho más tiempo. Si además se encuentra lo suficientemente profunda, puede permanecer estable durante millones de años sin congelarse, aislada del frío extremo exterior.

Pero si la presión aumenta o el hielo que la cubre se fractura, esa agua puede ascender en busca de escape. En ocasiones, logra salir a la superficie; en otras, se queda atrapada a mitad de camino, formando estructuras internas que eventualmente se congelan.

Estas dinámicas explican muchas de las formas extrañas que se ven en Europa: domos, crestas, grietas caóticas. Son como cicatrices de un sistema activo, donde el agua y el hielo libran una lucha silenciosa bajo la superficie.

Mirando con nuevos ojos desde el espacio

Gracias a este modelo, los científicos pueden hacer predicciones que orienten las futuras observaciones desde el espacio. Si una zona muestra temperaturas más altas, señales químicas específicas y una corteza  más delgada, podría tratarse de un punto caliente, reciente y posiblemente activo.

Los mapas espectrales que se obtendrán desde órbita revelarán qué compuestos hay en la superficie. Algunas sales, por ejemplo, podrían señalar que el agua provino del océano profundo, mientras que otras indicarían un origen más cercano a la superficie.

También se usarán los sensores de radar, instalados en Europa Clipper, para mirar bajo el hielo y detectar posibles bolsas líquidas aún activas. Estos datos se cruzarán con la información térmica y química para reconstruir una historia geológica lo más completa posible.

Así, el hielo de Europa dejará de ser una barrera opaca y se convertirá en un archivo natural. Cada grieta, cada mancha o elevación podrá leerse como una pista sobre los procesos internos que han moldeado este fascinante mundo.

¿Puede haber vida bajo el hielo?

Si el agua del océano logra llegar hasta la superficie, también lo harían minerales, compuestos orgánicos y otras sustancias que podrían contener rastros de vida. Este transporte vertical sería una forma natural de “muestreo”, sin necesidad de perforar la corteza.

Incluso si ya no hay erupciones activas, los depósitos congelados del pasado podrían conservar información química importante. Analizarlos podría revelar si alguna vez existieron condiciones habitables o si aún persisten hoy en día, ocultas bajo el hielo.

Además, lo aprendido en Europa no se quedará allí. Otros mundos helados, como Encélado o Ganímedes, también podrían tener océanos y criovolcanes. Comprenderlos nos ayudará a estudiar y entender no sólo un Sistema Solar, sino una galaxia donde el agua —y tal vez la vida— es más común de lo que creemos.

Europa, entonces, no es sólo una luna cubierta de hielo. Es un mundo dinámico, con una historia subterránea aún por contar. Y cada nueva misión que se acerque a sus cicatrices heladas podría traernos un poco más cerca de responder una de las grandes preguntas: ¿hay vida allá afuera?


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