Decir la verdad acerca de México es perder la vida

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La violencia del narcotráfico y la corrupción gubernamental han puesto en peligro a los periodistas del país

El 19 de octubre del 2021, Armando Linares López estaba escribiendo notas sobre una entrevista cuando sonó su teléfono celular con una llamada de un número desconocido.

Linares, de 49 años, de estatura baja y fornido, con cabello negro y unas cuantas canas, abrió un sitio de noticias en línea en una pequeña ciudad mexicana llamada Zitácuaro, y conocía todo tan íntimamente que la llamada de un número de teléfono desconocido era algo raro. 

Aunque el hombre al otro lado de la línea habló de una manera que le pareció conocida de inmediato. Linares conocía ese tono amenazante durante años de tener contacto con cada tipo de mafioso mexicano. 

“Soy el comandante Águila del Cártel Jalisco Nueva Generación”, dijo la voz. 

Zitácuaro, que se encuentra en las colinas del estado de Michoacán, durante años fue mayormente conocido por sus fértiles huertas de aguacate y los bosques de pinos en donde los turistas acudían a ver la llegada anual de la mariposa monarca. 

Aunque su ubicación en la parte central del país la convirtió en cada vez más atractiva para el negocio del narcotráfico. Los agricultores cultivaban mariguana y amapola para el opio, que es la fuente de la heroína, en las montañas cercanas y en los últimos años los cárteles internacionales de la droga han estado utilizando a Michoacán como una estación de envíos de metanfetaminas y fentanilo. 

El surgimiento de Linares como periodista coincidió con el boom de la droga, y observó sus devastadores efectos en Zitácuaro: cabezas decapitadas dejadas frente a una automotriz, dueños de negocios secuestrados para obtener recompensa y un gobierno que no está dispuesto a hacer nada o no puede hacerlo. 

Si México deseara escapar de la violencia que lo está devorando, Linares decía frecuentemente, la prensa necesitará perseguir a los políticos que permiten los delitos. 

En el 2019, él y unos amigos fundaron el sitio de noticias llamado el Monitor de Michoacán, publicándolo en la parte baja de un despacho legal. 

Como el principal y tal vez el único que había descubierto los escándalos en la ciudad, Linares rápidamente dominó la conversación local, publicando usualmente grandes reportajes el lunes o martes –fraudes contractuales, sobornos policíacos– y pasaba el resto de la semana publicando documentos de apoyo en Twitter y Facebook. Los viernes, se retiraba a un pequeño estudio en la parte trasera de la sala de redacción para hablar en vivo con sus fuentes para sus publicaciones semanales. 

La gran historia en el 2021 fue Juan Antonio Ixtláhuac Orihuela, el juvenil y popular alcalde de Zitácuaro, quien 12 años antes fue arrestado por agentes federales después que su nombre apareció en la nómina de un cártel de la droga local. 

El caso en contra del alcalde se derrumbó y él se mantuvo en la política, logrando varios puestos federales. Recientemente logró volver a desempeñar el puesto de alcalde, en esta ocasión, hombres que portaban rifles de alto poder, con sus rostros cubiertos con pasamontañas, se mantuvieron vigilando los eventos de campaña. 

Las fuentes de Linares dijeron que esos hombres eran del Cártel Jalisco Nueva Generación. 

Y ahora, el comandante de ese cártel estaba en el otro lado de la línea de su teléfono celular, para hablarle. 

Linares puso dos dedos sobre el auricular y le hizo una seña a otro reportero que estaba en la sala de redacción para que viniera rápidamente, necesitaba grabar la llamada. Linares tomó un cuaderno y una pluma y puso el teléfono en altavoz:  “¿Quién es? 

La persona que estaba llamando fue directo al punto: “El Monitor de Michoacán tiene que dejar de “atacar” al gobierno local y la oficina del procurador. 

Linares interrumpió y dijo que ese medio de comunicación no estaba de ningún lado, sólo documentaba los sucesos, pero el que llamó no quería debatir el papel que juega el periodismo en la democracia. Le dijo a Linares que volvería a tener noticias suyas y colgó. 

Dos semanas después, estaba en casa y recibió un mensaje en su teléfono que decía: “Te dijimos que dejaras de atacar al gobierno. Traté de ser tu amigo pero no se pudo, vas a tener problemas con nosotros. Deja de hablar mal del procurador”. 

Linares vio el mensaje sin saber qué hacer. El Monitor estaba investigando que el gobierno de la ciudad estaba pagando en exceso a contratistas con los que tenía alguna relación amistosa para que llevaran a cabo proyectos de iluminación en el municipio y también había terminado un reportaje acerca de que la fiscalía tenía vínculos con el Cártel Jalisco. Sabía que la amenaza era grave y que esos “problemas” significaban la muerte –como otro reportero local me dijo “matar un periodista es muy fácil y barato”–. Linares también sabía que el gobierno no iba a hacer nada para protegerlo a él ni a sus colegas. 

Los ataques contra reporteros en México casi nunca son solucionados por los investigadores, que usualmente están aterrados o están de acuerdo con los asesinos. 

‘Quién es quién en las mentiras’


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