Por Rafael Navarro Barrón
Decía un analista político que el incendio registrado en la estación migratoria del INM de Ciudad Juárez, donde murieron 40 personas, ocurrió porque “un imbécil cerró con llave la reja de la crujía donde estaban más de cien migrantes; otro imbécil dio la orden de no abrir la reja “pasara lo que pasara”; otro imbécil, en medio del humo, perdió la llave; otro imbécil nunca contestó en el teléfono para dar la contra orden de que abrieran la puerta; un imbécil más decidió, no hacer nada, porque el primer imbécil y el segundo imbécil se iban a molestar.
El imbécil, con rango militar, que ordenó que los migrantes estuvieran encerrados, como criminales (cuando no lo eran), está libre y seguramente su acción quedará impune, porque otro imbécil, de muy alto nivel, lo protege…total, la muerte de los 40 presos (que no estaban presos, pero sí encerrados como reos), se debió a la conjugación perfecta de los imbéciles que ostentan el poder.
Comparo la historia. Creo que el incendio en la estación migratoria del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez, tiene características muy similares al siniestro ocurrido en la antigua Roma, del año 64 D.C.
Era una noche de julio, día del atroz incendio en el área del Circo Máximo, en Roma. El viento propagó rápidamente las llamas, sembrando el terror entre la población. Al tercer día del incendio se desató una segunda conflagración, en el barrio Emiliano.
Nerón observaba las llamas, enloquecido por el poder y disfrutando los gritos de las víctimas. Porque hay enfermos mentales, sicarios de mierda, que les gusta ver morir (y sufrir) a sus víctimas.
El fuego arruinó la ciudad romana y dejó una estela de sospechas y Nerón no tuvo otra que culpar a los cristianos, chivos expiatorios perfectos. Cabe destacar que la investigación del siniestro quedó impune y con muchas sospechas. Igual que en Ciudad Juárez.
Solamente un tarado, un culero, un desgraciado, tiene la sangre fría para ver morir… ¡a 40!, sin hacer absolutamente nada. Qué remordimiento puede haber en un militar que pasa toda su castrense vida haciendo y deshaciendo sin que las cortes marciales lo sentencien.
Caray, no quisiera ser tan dramático, pero siendo realista, puedo asegurar que el problema no es nuevo. En diferentes periodos nos han gobernado enfermos mentales, que por azares del destino político-partidista, que por sus relaciones y recursos económicos, han incursionado en la política o han escalado niveles en el empresariado y, lo peor de todo, es que muchos de ellos se creen redentores sociales que nacieron para cambiar el destino de los chihuahuenses.
Sé que a nadie le gusta que se le tilde de “loco”, “orate”, “perturbado mental”; socialmente se puede constituir como una ofensa porque se estigmatiza a quien el pueblo le endilga esa penosa patología.
México es el país donde los tiranos tienen estatua y se les trata como dioses. Nadie protesta por la indignante impunidad. Hay muchos mexicanos que piensan que el Chapo Guzmán debería estar en libertad y que es víctima de los americanos que lo tienen en un cuartito de 3 por 3 metros.
El contenido de ‘Los Renglones Torcidos de Dios’, título de la excelente novela del español Torcuato Luca de Tena, es un juego de infantes comparado con lo que hemos tenido que soportar los chihuahuenses con tanto gobernante enfermo.
Hemos tenido alcaldes que son cleptómanos en octava potencia. Se roban terrenos, inmuebles, dinero, el recurso del pueblo; se roban elecciones. Lo más grave, se roban la esperanza del pueblo.
El problema es que muchos de estos pendejetes de quinta (para no ofender a los de la ¡cuarta!) son como zombis que mientras más sangre y carne fresca comen, más deseos de devorar tienen. No tienen llenadera.
Alguien dijo que la política era como una droga difícil de abandonar. Por eso esos dementes de la política no se van, no renuncian, siguen alienados, deseosos de brincar a la palestra política porque son amigos, cómplices y auténticos perros falderos de los que ostentan el poder político y económico en México, pero auténticos enemigos del pueblo.
Y ya vienen, como siempre, hambrientos de poder, desperdigando sus ideales ‘mesiánicos’ y enfermizos, diciendo que pueden cambiar el entorno de la ciudad y el Estado con la vara mágica de la ingenuidad social.
Escucho con frecuencia a muchos políticos y periodistas que afirman, como si fuera un dogma, que para acabar con la inseguridad en Juárez se necesita la mano dura de un ex presidente como Carlos Villarreal, un perfecto desconocido para las nuevas generaciones.
Las loas al coronel Julián Leyzaola aún se oyen en las mentes del pueblo ansioso de sangre y de quienes fueron sus promotores; quieren en las calles la perruna frialdad del ex comandante de la PGR, Elías Ramírez Ruiz… sueñan con la mano extra dura de un ex gobernador como Oscar Flores Sánchez, conocido en un tiempo como el ‘fiscal de hierro’.
Cómo no estaremos enfermos, socialmente hablando, que disfrutamos, como si fuera una película de Hollywood, el relato del ex alcalde Carlos Villarreal, narrado en la pluma esplendida del fallecido cronista de la ciudad Filiberto Terrazas. La historia alienta a muchos por eso hay quienes desean la reencarnación de otro como él:
“Eran las 10:00 de la noche de un buen día de 1947, cuando una patrulla de la Policía salió de la Presidencia Municipal y se dirigió al poniente de la ciudad, a un lugar conocido como La Piedrera, de donde se extraían materiales para obras públicas.
En la unidad viajaban el alcalde Carlos Villarreal Ochoa; el comandante de la Policía, el coronel Rosendo de Anda y un padre de familia que, horas antes, acudió ante el primero para pedir justicia porque violaron y mataron a su hija de 14 años. También iba el acusado de cometer esos crímenes.
“¿Quiere justicia?, aquí está mi .45, ¡quiébrelo!”, dijo Villarreal al afligido padre de familia, quien no esperaba estar en una situación como esa y apenas exclamó un “no puedo señor, presidente”.
“¡Ah, cómo será usted culero!”, le reprendió el edil. Entonces Villarreal Ochoa le arrebató el arma, cortó cartucho y apuntó a la cabeza del malhechor. El estruendo rompió la quietud de la noche en aquel apartado lugar. Fue un solo tiro. El acusado cayó sin vida.
Segundos después la patrulla se alejó del lugar con un ocupante menos, para regresar a la Presidencia municipal”.
O podrá estar bien de la cabeza el ex jefe Leyzaola que salía a las calles, asesinaba narcotraficantes, golpeaba inocentes y luego regresaba al complejo donde viven los jerarcas militares en Ciudad Juárez y sin el menor empacho, se ponía a jugar Xbox ataviado en calzones bóxer. En la actualidad es el prototipo de héroe citadino que, para su desgracia, está huyendo de la justicia acusado de torturar a sus detenidos.
Con todo el respeto para sus obnubilados seguidores: ¿está bien de su cabeza el hombre que dice gobernar el país y que todos los días se levanta a difamar, ensuciar a los demás, a repetir como perico, una y otra vez, las frases enfermizas que están dedicadas a sus opositores?
Ya se observa enfermo, acabado, atribulado, repite y repite lo mismo. Y frente a él, periodistas que se sienten bien de ir a llevar chismes al presidente y dejarlo hablar por horas de la historia de México, de hechos inexistentes o manipuladas para que embonen el discurso transformador.
Sabemos que sus premisas moralinas las incumplen él y sus más cercanos colaboradores. El miente todos los días, el traiciona al pueblo y a quienes algunas vez le aplaudieron; el roba, pero dice que es como ‘Chucho el Roto’, para darlo a los pobres.
Resulta demasiado complejo entender por qué elegimos a cuanto demente se le ocurre gobernar y creer que nos guía por el camino de la superioridad moral, cuando sus acciones son conductas enfermizas.
Veamos la ciudad. Indigna y duele que los negocios de los hombres del poder que han gobernado la frontera o han ocupado la máxima silla estatal, sean impecables imperios, envidiables inmuebles, mientras la ciudad se cae a pedazos por el abandono oficial.
Esa demencia se ha trasladado a los ciudadanos que vemos como ‘normal’ en transitar en calles llenas de hoyos, en banquetas plagadas de yerba y basura; se volvieron cotidianos los parques abandonados, los basureros clandestinos…pero nos han sembrado la esperanza de que pronto vendrá un ‘mesías’ o su equivalente en la equidad de género, a traernos buenas nuevas.
Por aquí el género no se salva. La parte femenina del poder y el dinero, se mueve en los escenarios de la política. Existen verdaderas hurracas enloquecidas por el poder que el género les otorga; sumidas en travesuras feministas.
Las lesbianas están de moda, ataviadas con ropa que emula el arcoíris, caminan por la gloriosa senda del poder, predicando que el aborto no es un asesinato; promoviendo, junto con los gays, las transformaciones de niño a niña y visceversa.
Quieres estar al día #esClaudia, la clave. Quieres vanguardia de género, #esAndreaChavez y su suburban blindada que nadie sabe su origen.
Esta muchacha pendejita, hecha en las páginas del Instagram, cree ser la solución para Ciudad Juárez y los morenistas la alientan dándole lo que la princesa quiere: espectaculares y foros públicos, donde los varones del partido de AMLO vienen a aplaudir a la legisladora que no ha hecho nada por la frontera, pero que tiene una lengua afilada para atacar a los adversarios.
Sigue los pasos de su sensei chilanga, una mujer enloquecida con la ideología de género, por el aborto y por los matrimonios lésbicogay, #EsClaudia (Sheinbaum Pardo) la solución para replicar la herencia de su principal promotor. Está ahuevada a ser la primera mujer presidente de México.
El asunto que nos ocupa, es demostrar que la historia de México esté llena de demencia.
Recurramos al pasado. Tenemos que hablar del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, presentado en el libro “Disparos en la Oscuridad”, del autor Fabrizio Mejía, como un paranoico que creía que en cualquier momento alguien le dispararía en la cabeza, para asesinarlo.
En ese caminar histórico, la versión nefasta de Arturo ‘El Negro’ Durazo y su Partenón, los muertos del Río Tula; o cómo olvidar las ínfulas de poder de José López Portillo y su mundo de ficheras.
Subiendo al norte, tenemos que hacer referencia a la muerte de Antonio Tarín, afectado por un cuadro de depresión aguda (si nos limitamos al informe forense de la Fiscalía General del Estado). Su padecimiento nos permite concluir que estaba afectado por una de las enfermedades mentales más comunes en el mundo y la que más suicidios genera.
Una declaración pública, a través de Facebook, realizada por el extinto funcionario del gobierno de César Duarte y diputado federal suplente, revela el cuadro depresivo y la antesala del suicidio en la que se encontraba.
Sentía que la vida no valía nada y que todos le habían dado la espalda. De eso se valió el ex gobernador Javier Corral para intimidarlo, para hacerlo tronar. Hay que decir que el tal Corral es un nefasto y otro enfermo más en el escenario político.
Quizá podamos decir que el socio de César Duarte no soportó la presión política y judicial emprendida por el gobierno del panista. Quizá era débil o posiblemente lo dañaron a un grado de muerte.
Por agudo que parezca, la depresión mayor se ha convertido ya en una epidemia mundial y, lo peor del caso, es que el sector salud mexicano, no tiene ningún interés en atenderlo; el cuadro de medicamentos controlados en el IMSS y en el ISSSTE es limitado y no se diga la carencia de médicos psiquiatras: únicamente tres en el Registro de Profesiones de Ciudad Juárez. El resto, o trabajan sin cédula o usurpan una función médica que no les corresponde.
El fiscal de distrito de la zona centro, Francisco Martínez, explicó que la investigación va encaminada a que fue un suicidio, pues se tiene evidencia de que Antonio Tarín llegó al lugar en su vehículo particular.
Una vez que descendió del vehículo, decidió lanzarse del puente ubicado en la avenida Homero y Periférico de la Juventud. Iba descalzo, pensando en la muerte como una salida a eso que sentía en su cabeza.
Un suicida encuentra placer en la muerte. Sufre por los recuerdos de la familia muy cercana que deja, pero no siente que la salida fácil sea algo que modifique su entorno emocional, por eso siempre escriben: “que no se culpe a nadie de mi muerte”.
Todo mundo cree que lo ‘suicidaron’ porque el tenaz ex gobernador del Estado, César Duarte, teje las tramas de la política desde una celda de medio lujo al interior del Cereso de San Guillermo.
Y mientras unos defienden a Duarte Jáquez porque fue buen patrón y esplendido en tallar la mano; otros censuran su excesiva ambición y el gusto enfermizo por el poder y el dinero.
En realidad, hablamos de un verdadero artista del drama que ha lucrado con un cuadro médico de ‘lesión de columna’, afectación del corazón, depresión y estrés. Como todo sicosomático ha intentado manipular la justicia con esas afecciones para irse a casa porque el COC del Cereso lo está volviendo loco.
En ese ambiente pasional, que centra su operación en el 2024, la llamada ‘elección de elecciones’, estaremos viviendo una de los procesos versallescos que no tienen antecedente y es aquí donde la pregunta surge: ¿tenemos a la de a huevo que votar por los que se auto destapan? ¿no hay más?
A huevo tiene que ser fulano o mengano porque aparecen en una encuesta patito, porque tiene dinero o porque es amigo de un caca grande. Qué pobreza si seguimos alentando a tanto enfermo mental que pulula en la política.