Mexicanos en Qatar consiguen contacto para comprar cerveza clandestina

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Desde hace días, por algunas de las arterias de Doha se exhiben presuntos aficionados al fútbol de toda la vida. Un nutrido grupo de supuestos seguidores de las principales selecciones que participarán en el Mundial de Qatar. Autóctonos, un poco de cartón piedra, que se pasean con colores ajenos y tiran de archivo, como en el caso de los que defendían la causa de la selección española, para evocar a los Casillas, Iniesta, Puyol, Sergio Ramos o Fábregas. Para desdicha suya, ni siquiera Ramos estará a las órdenes de Luis Enrique. Una fiesta del fútbol a todas luces artificial, sobre todo porque hace días, acaso alguna semana que otra, que los vídeos, con su ruido y colorido, circulan por las redes sociales, como si la Copa del Mundo se hallara ya en plena fase de grupos. Habrá que esperar aún hasta el domingo para ver lo que sucede antes de ese Qatar-Ecuador (17.00 hora española). Sería el colmo que los aficionados locales también fueran postizos. Aunque quién sabe…

Estas escenas recuerdan, a su manera, a las de aquellos 2.000 aficionados de Corea del Norte que se dieron cita en las gradas de Sudáfrica para animar con entusiasmo, a veces desmedido, a los chicos de Kim Jong-un. La fidelidad a unos colores hizo pensar que habían recorrido miles de kilómetros, en barco o en avión, para llevar en volandas a los suyos. Aquello sucedió hace 12 años y el tiempo ha desvelado que en realidad no eran lo que parecieron entonces. El régimen había contratado a 2.000 actores chicos que, maquillados y salpimentados para la ocasión, se convirtieron en un ruidoso fondo sur para acompasar los tres terroríficos partidos norcoreanos. La selección asiática volvió a casa como la peor de la Copa del Mundo: cayó 2-1 ante Brasil, 7-0 frente a Portugal y 3-0 contra Costa de Marfil. Eso sí, al menos sus peculiares fans se dieron el gustazo de gritar un gol frente a la selección canarinha. Desde entonces, ni Corea del Norte ni sus actores han vuelto a pisar un Mundial. Habrían tenido su gracia y no habrían desentonado (para nada) en las bulliciosas avenidas qataríes.

Una cita bajo la lupa desde su designación, precisamente en aquel año 2010. Ni el clima ni las instalaciones disponibles ni, por supuesto, las libertades y derechos humanos del país respondían a lo que ha exigido históricamente cualquier sede. “Desde mi punto de vista, atribuir el Mundial a Qatar fue simplemente un error”, sostenía hace sólo unos días Joseph Blatter, entonces presidente de la FIFA.


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