Alberto Vizcarra Ozuna escribe que “la propuesta del presidente no atiende a la complejidad del mundo; se propone un traslado a escala global, de su política nacional de asistencialismo social”.
La respuesta del representante permanente de Rusia ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Vassily Nebenzia, al discurso y propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador, presentado el martes 9 de noviembre en ese organismo, no se limitó a una corrección de procedencia formal y de protocolo, se concentró más en una crítica conceptual y en la advertencia sobre los grandes riesgos geopolíticos que conlleva aceptar una especie de supranacionalidad (fuerza por encima de los estados nacionales) con fines filantrópicos como lo implica la propuesta del Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar, del presidente mexicano. Rusia tiene demasiada experiencia en lidiar con operaciones de desestabilización en su contra, muchas de ellas vestidas de propósitos humanitarios y democráticos.
México no es miembro permanente del Consejo de Seguridad, pertenece al grupo de países que eventualmente participan en la presidencia de este organismo multilateral. El presidente López Obrador usó el momento para adelantar desde la sesión del Consejo que México presentará ante la Asamblea General de la ONU el Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar.
Prefirió hacerlo en ese sitio donde consideró que tendría la mayor atención mundial y no esperar una asamblea general que le pudiera quitar protagonismo. Acaso pensando que podría lograr el apoyo de los miembros permanente del Consejo de Seguridad. La propuesta del presidente no atiende a la complejidad del mundo; se propone un traslado a escala global, de su política nacional de asistencialismo social que contempla pensiones a adultos mayores, a niñas y niños con discapacidad, becas a estudiantes y a jóvenes que trabajen como aprendices.
Para lograrlo el presidente imagina una especie de coperacha, digamos una “vaquita” para crear un fondo procedente de al menos tres fuentes. Una contribución voluntaria de las mil personas más ricas del planeta, también una aportación de las mil corporaciones privadas más importantes en el mercado mundial y una cooperación de los países que integran el G20. Con esto presume que se podría disponer de al menos un billón de dólares anuales que se destinaría a atenuar las necesidades más apremiantes de 700 millones de personas en el planeta.
Antes de la convocatoria filantrópica, el presidente reitera la simpleza hecha tesis: el principal obstáculo (en el mundo) para ejercitar el derecho a una vida libre de temores y miserias es la corrupción en todas sus expresiones. Retórica que le ha servido para el manejo político interno, pero, al sostenerla en un foro mundial, se convierte en palabrería encubridora del sistema financiero internacional, que en su condición de bancarrota, saquea a las naciones con el cobro de deudas especulativas y perpetúa, con la creciente financiarización de la economía occidental, las peores formas de colonialismo.
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A un diagnóstico erróneo, siempre le es consecuente un remedio equivocado. López Obrador propone que su imaginada bolsa filantrópica, sea estructurada con la colaboración del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, las mismas entidades responsables de las políticas económicas neoliberales que han creado los males que se propone combatir. La ilusión de un sistema mundial de limosnas en donde los malos paguen sus culpas. El problema mayor de dicha visión romántica es que fortalece la idea de la creación de una estructura supranacional que por encima de los estados nacionales instrumente este esquema de apoyos en forma directa, admitiendo que los gobiernos de los países son proclives a la corrupción y por lo mismo incapaces de distribuir los pretendidos apoyos y de resolver los problemas de la pobreza.
La representación de Rusia detectó no solo la ingenuidad de la propuesta, sino los riesgos que contiene. Vassily Nebenzia, antes de advertirle sobre estos al presidente, le señala que los remedios propuestos equivalen a curitas o a tapar baches.
Luego le precisa que el atraso de las naciones que se mantienen con rostros coloniales, es fundamentalmente “porque no pueden librarse de la carga de su deuda”. Enseguida el diplomático ruso es enfático en contra de toda forma de supranacionalidad que pase por encima de los gobiernos nacionales: “Creemos que es fundamental que la asistencia internacional a los Estados para resolver los problemas que enfrenten se brinde exclusivamente a petición suya y en estrecha coordinación con ellos”.
Y agrega, que las decisiones solo pueden basarse en la participación y el dialogo con los estados receptores, además de afirmar que es inadmisible la injerencia en los asuntos internos de los estados y la presión sobre gobiernos considerados “indeseables” con el pretexto de brindarles asistencia, así como las “intervenciones humanitarias” que violan el derecho internacional.
No es fácil, pero sí deseable, que el presidente recoja los señalamientos de la diplomacia rusa como un elemento de reflexión para que su ingenuidad no le amplíe el camino a los intereses que pretende combatir.