Escuitla, México— Cuando unos pocos miles de migrantes reanudaron el jueves su caminata hacia el norte a través del sur de México, el traqueteo de las ruedas de un cochecito de niño sobre el pavimento se unía al sonido de los pasos. Unos pequeños dormían despatarrados en sus carriolas ajenos al movimiento. Otros todavía adormilados se acomodaban sobre los hombros de los padres o permanecían ajenos a todo en sus regazos, en el caso de los bebés.
La caravana, conformada sobre todo por centroamericanos, salió de Tapachula, casi en la frontera con Guatemala, el pasado sábado y ha recorrido en estos días 73 kilómetros hasta Escuintla, en el estado de Chiapas.
Los activistas que viajan con los migrantes estiman que podría haber unos mil menores entre las aproximadamente 4 mil personas que caminan a paso lento por la carreteras bajo un sol punzante.
La escena recuerda a las grandes caravanas de migrantes en 2018 y 2019, que también estaban llenas de familias con niños pequeños y que han ofrecido una forma menos costosa, aunque mucho más lenta, de migrar para familias que no pueden pagar a un traficante y de hacerlo de forma un poco más segura.
Laura Benítez, de la organización médico-humanitaria Global Response Management, dijo a AP que el 40% de las personas que han atendido eran niños.
“La mayoría son ampollas en los pies, rozaduras; los niños tienen algunas cortaditas, raspones y picaduras de insectos”, indicó. “Aparte de eso estamos dando medicamentos para el dolor de cabeza, dolor muscular, para la fiebre también y estamos dando suero.”
Irineo Mújica, de la ONG Pueblos Sin Fronteras, estimó que hay en torno a un millar de niños en la caravana. “Es urgente que el gobierno mexicano atienda a los menores”.
El Instituto Nacional de Migración, que la víspera había ofrecido visas humanitarias a las mujeres embarazadas que viajan en el grupo, anunció el jueves en otro comunicado que también podrían solicitarlas los menores.
José Avila Lagos y su esposa Yolanda Melgares compraron dos cochecitos en Tapachula antes de partir porque viajan con sus tres hijos de 6, 9 y 15 años y se cansan de caminar. “Hay que venir gastando”, dice el conductor de camiones que salió de Honduras por falta de trabajo.
Ingrid, guatemalteca que no quiso dar sus apellidos por seguridad, explicó que viaja con toda su familia de cuatro adultos, incluidos ocho niños y una bebé de cinco meses. “No podemos con todos los niños, somos de Guatemala, ya llevamos dos meses encerrados en Tapachula”, indicó la mujer.
La frustración ha ido creciendo durante meses entre los miles de migrantes que esperan en Tapachula, cerca de la frontera con Guatemala. La estrategia de México había sido contener a los migrantes en el sur, lejos de la frontera de Estados Unidos, y permitirles solicitar refugio en México, pero el sistema de asilo se ha visto sobrepasado y la lentitud de los procesos de regularización llevó a muchos a decidir que no valía la pena esperar.
“Necesitamos que nos den paso libre, al presidente (Andrés Manuel López Obrador) le pedimos se ponga la mano en el corazón”, pidió Ingrid mientras tomaba un descanso en el acotamiento de la carretera costera de Chiapas a la sombra de los árboles.
En el comunicado del jueves, el INM afirmó que la Comisión Nacional de Derechos Humanos acompañará a las personas que acepten el ofrecimiento de visas para embarazadas y menores serían llevados a albergues de puertas abiertas, pero los migrantes suelen desconfiar de este tipo de propuestas porque temen que acaben devueltos a su país, máxime cuando algunos de ellos han sido detenidos aún teniendo ya la condición de refugiado