El matrimonio real más longevo de la historia tuvo cuatro hijos, con los que el duque mantuvo una relación desigual, marcada por los desencuentros con el primogénito, Carlos.
A los tabloides y a Netflix el mundo les debe que les haya enseñado más de la historia y las vidas de la familia real británica que de tantas otras familias mucho más cercanas que las propias. Ha sido gracias a la serie The Crown que se ha popularizado buena parte de la intrahistoria —con partes más noveladas que reales— de la que los cuentos de hadas rotos de los años ochenta y los noventa convirtió en la monarquía más observada del mundo. Este viernes 9 de abril esa familia cierra la puerta a una etapa que nunca volverá con la muerte a los 99 años del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, conde de Merioneth y barón de Greenwich.
Durante 80 años Felipe (nacido príncipe de Grecia y Dinamarca) fue un activo fundamental dentro de la familia real británica, siempre en un primoroso segundo plano. La reina era su esposa, pero también su comandante en jefe y su tarea. Una relación compleja en la década de los cuarenta, y en los años venideros, a la que el duque no siempre se adaptó con flexibilidad dadas las costumbres machistas imperantes en la época. Isabel gestionó —siempre con absoluta privacidad, al contrario que sus hijos— su relación. Y lo hizo por amor. La entonces princesa hija del rey Jorge VI conoció a Felipe cuando ella solo tenía 13 años y él, 18.